Hungría y su gente
Después de más de 3 meses aquí, creo que ha llegado el momento de que os hable un poco más de este país que nos ha acogido y de sus gentes. Además, para ser sincero, he hecho un trabajo donde he tenido que currarme este análisis y ya de paso lo aprovecho.
Hungría, está muy lejos. Esa sería una descripción que han utilizado todas nuestras madres cuando les comunicamos nuestro destino. Pero la verdad que no es cierto, si lo miramos desde otro punto de vista, hemos de reconocer que está muy bien situada; se encuentra en centro Europa, lo que permite estar prácticamente en cualquier punto del viejo continente en tan sólo 3 horas de vuelos, e incluso en menos en algunos puntos de Asia. Viéndolo así, es una ventaja a tener en cuenta sobre todo para viajar y hacer negocios con el exterior.
Un país rico en cuanto a recursos pero con el que la historia no se ha portado del todo bien y hoy en día se nota. En muchos aspectos es un país menos desarrollado que la media europea, pero parece que eso no tardará mucho en cambiar.
Pero, ¿qué ha pasado para que Hungría sea como es? Y sobre todo, ¿por qué sus habitantes tienen un carácter tan peculiar? Pues como casi siempre, la respuesta está en la historia.
Hungría ha perdido las dos guerras mundiales, con las sanciones económicas y territoriales que eso supone. Por si fuera poco estuvieron bajo la ocupación comunista durante 40 años, años durante los cuales fueron despojados de su tradición agrícola que era su mayor riqueza. Durante estos años, intentaron llevar a cabo dos revoluciones y ambas fueron aplastadas de una forma brutal.
Por todo ello, los húngaros hoy en día son pesimistas, suspicaces, poco amigables, e incluso diría y creo que no me equivoco que la mayoría tienen muy mala leche, al menos con los extranjeros. Por otro lado, son unos patriotas orgullosos, es su forma de responder a todos los males del pasado. La realidad es que al principio costaba un poco tratar con ellos: despides a la cajera con una sonrisa y te devuelve una mirada asesina, no esperes que un taxista te hable más que para decirte el precio de la carrera y no la líes en una discoteca porque duermes caliente sí o sí.
No son mal educados, pero si bastante serios y cortantes. Es una forma de responder a un sentimiento de inferioridad que no deberían tener.
También es justo decir, que los húngaros y españoles tenemos algunas cosas importantes en común:
- Los idiomas: en ambos casos somos muy limitados a la hora de manejar idiomas extranjeros, al igual que aquí en España, por suerte en los últimos años es una tendencia que está cambiando.
- Exportan talento: los mejores profesionales y estudiantes cualificados están repartidos por medio mundo buscando las oportunidades que aquí no tienen. ¿Os suena esto verdad?
Las diferencias principales son el contraste con nuestro carácter. En España y en todos los sitios hay gente estúpida, pero es cierto que si alguien es amable, al menos intentas devolver un poco de esa amabilidad. Los húngaros son silenciosos, nosotros no sabemos hablar, sino gritar y eso choca mucho cuando estás en un restaurante o similar. Por supuesto, nosotros no necesitamos tanto espacio personal, en general en las países mediterráneos ocurre así.
Para completar esta descripción, os dejaré algunas extrañezas o curiosidades:
- Para contar del 1 a 10, por ejemplo, lo hacen al revés que nosotros de mayor a menor.
- No preguntan cuántos años tienes, si no en qué año naciste y ya ellos echan sus cuentas.
- No tienen problema en preguntar abiertamente por cuestiones como cuánto ganas, cuánto pagas de hipotecas o cosas así.
- Es muy común que te miren de arriba a abajo, a modo de análisis.
Ahora tengo que decir, que las descripciones generales, siempre van cargadas de estereotipos. Algo que me parece injusto. ¿Qué os voy a contar siendo andaluz?
Por eso, recomiendo a todo el mundo la visita a este desconocido país, especialmente su capital. Un país rico en gastronomía, en cultura, en historia. Un país con el que tanto la historia pasada como el presente, no fueron y no están siendo justos. La prueba de ello es la grata sorpresa que se lleva cada una de las personas que vienen a visitarnos y sobre todo lo felices que estamos siendo aquí.
PD: una cosa que si que no me gusta nada, es el clima: calor horroroso en verano, pero sobre todo un frío tremendo en invierno. Hasta el punto en que algunos años el Danubio se congela y mira que es grande el río.