Multiculturalidad Erasmus
Qué bonito compartir. Qué bonito enseñar. Y qué bonito mostrar. Pero sobre todo, qué bonito aprender. Porque lo que se aprende en un Erasmus no puede aprenderse en casa. Aprender, por ejemplo, que no en todas partes se compra el pan cada día. Que, para algunos, la leche no sólo forma parte del desayuno, sino también de cada comida. Que no todo el mundo cocina con aceite, muchos lo hacen con mantequilla. Aprender, en definitiva, que cada persona, cada país y cada cultura es absolutamente única.
Aprender, por otro lado, a omitir los bolsos y demás complementos meramente decorativos y salir con mochila y botas de montaña hasta a las discotecas, porque no sólo es lo más cómodo, sino también lo más práctico cuando tienes que quitarte veinte capas de ropa. Aprender, también, que deshacerse de cosas materiales es deshacerse también de todos los posibles problemas que pueden traer con ellas. Que cuanto menos necesitas, más libre eres.
Aprender, también, que el sol puede irse a las tres y media de la tarde sin importarle en absoluto que aún estés terminando de comer. Que la vida en bicicleta sigue a menos diez grados. Y que basta con una buena canción de Pink Floyd para no sentir tanto el frío y sentir más todo aquello que te rodea.
Aprender que pasar más tiempo sola puede inspirarte como ninguna otra cosa. Aprender a escuchar para entender, y no sólo para responder. Aprender que sentirse libre es demasiado fácil cuando tienes un trineo e incalculables copos de nieve en la puerta de casa. Aprender a valorar el cielo azul como nunca creíste y aprender a fijarte en las pequeñas cosas que esconde cada momento. Y aprender, no sólo a fijarte, sino también a fascinarte con esas pequeñas cosas. Como cuando la luz del sol se cuela esquivando los árboles para llegar a tocarte. A esas cosas me refiero. Aprender, aprender y aprender.