Adaptándome a mi vida Erasmus
Un Erasmus se caracteriza por el comienzo de algo nuevo. Nuevo hogar. Nuevo idioma. Nuevos amigos. Nueva universidad. Nuevos rincones favoritos. Nuevos puntos de vista. Nuevos tipos de cerveza. Nuevas experiencias, aventuras, culturas, anécdotas, expresiones… Nueva vida. Todo absolutamente todo es nuevo (excepto el chorizo y el jamón serrano que pude traerme gracias a Sin Maletas).
Como decía Christopher McCandless, personaje protagonista de la película de Sean Penn: Into the wild, “El espíritu del hombre se alimenta de nuevas experiencias”. Y yo desde luego que lo corroboro. Porque un Erasmus llega dentro, muy dentro. Alejarse de lo cotidiano, de la rutina, de nuestro “día a día”, alimenta el alma como ninguna otra cosa. Porque el que todo sea nuevo, hace que todo sea asombroso. Como una niña de 5 años emocionada que experimenta por primera vez cómo se le cae un diente, así me siento yo cada vez que cruzo el maravilloso puente que me separa del centro de la ciudad y de la universidad. Asombrada. Anonadada por todo aquello que me rodea. Por todo aquello que siento.
Adaptarme no me está resultando nada complicado. Porque esto es lo que quiero. Lo que me gusta. Lo que me llena de verdad. Lo que me hace feliz.
Porque el sentirse extranjero implica muchas cosas. Todo se ve con otros ojos y lo que allí vemos como lo normal, aquí es algo totalmente peculiar. Aquí los pequeños detalles parecen hacerse mucho más visibles. Para tratar de explicaros esto podría deciros que miro unas doce veces por día la ventana de mi cuarto admirando el árbol cuyo color rojizo destaca sobre el resto de los arbustos. No recuerdo la última vez que miré a través de la ventana de mi habitación de toda la vida. No lo recuerdo. Quizá algún día que hubiese algún sonido extravagante en el exterior que consiguiese captar mi atención. Pero desde luego que no es nada comparable con esto.
Aquellos que viajáis quizá me entendáis. Lo que siento es algo así como la emoción que produce un viaje, pero de manera continua y prolongada. Puesto que esto no es sólo un viaje con un comienzo y un final cercanos, sino que ahora mi vida se desarrolla aquí. Y aunque es cierto que al igual que en Madrid tengo un horario de clase al que asistir y ciertas tareas que cumplir. Aquí todo merece aún más la pena. De todo se saca algo. Y todo es mucho más apetecible.