Mis primeros días aquí
Me acuerdo del primer día que llegamos aquí como si fuera ayer. Llegué con mi amiga y hermana Irene desde Madrid, una ciudad con prisas, céntrica y llena de atascos y millones de personas. Aparecimos aquí, en medio de Noruega y en medio de la nada, diría yo. En un valle rodeado de montañas. El choque en la cabeza fue brutal. Pasamos de tener lo que se supone que es “todo” a lo que se supone que no es “nada”. Para nosotras no fue así. Comenzamos a tener todo lo que siempre hemos necesitado en un abrir y cerrar de ojos. Bajamos del tren, Ruben nos recogió y llegamos a nuestro campus. La primera reacción que tuvimos al ver todo el entorno fue llorar de emoción, una emoción que creo que nunca habíamos sentido. Por fin, pensé. Por fin toda mi carrera, mi vida, mis pensamientos.. tienen un sentido. No puedo explicarlo mejor, siento que en nuestra cabeza esta experiencia está siendo un click, un antes y un después, un terminar de conocernos.
Si ya el entorno puede no parecer suficiente, la gente aquí es muy distinta a lo que “suponíamos que sería”. Nunca nos hemos sentido solas ni poco arropadas por Noruega y por su gente. Sí que es verdad que al principio es complicado, es gente situada en el polo opuesto a nosotros, pueden ser más distantes, pero cuando te acercas más a ellos, son gente que no se separa de ti. Nos sentimos como en casa, nos cuidan, nos ayudan, nos resuelven los “típicos problemas que tienes en un país que no es el tuyo” simplemente por no conocerlo. En fin, poco más que decir, esta es nuestra segunda casa, y muchas veces, la confundimos con la primera.